miércoles, 14 de abril de 2010

en el velorio

om ulloa
il. felipe morales: "el velorio"

no entiendo su voz cuando habla porque no la escucho. me concentro en mirarle los labios y sus movimientos casi imperceptibles. me la imagino niña. me la imagino sentada en la playa, jugando en la arena. no capto sus pensamientos porque con certitud son parecidos a los míos, confusos, inciertos. ella eleva la taza de losa china y se la lleva a los labios, finos pero bien delineados. saborea el té o la manzanilla o el café... y yo traspaso continentes con pies desnudos, febriles. me sacudo el polvo del sahara, el fango de los pantanos de brasil, la aridez y la escarcha de siberia, pero siempre detrás de ella. siguiendo sus piernas lentas en el vaivén cotidiano de caminar me enredo en volver a marcar sus huellas. me acerco y respiro despacio en su cuello, sin que me oiga, sin que me sienta. alguien le pregunta sobre sus viajes y yo me cambio de butaca. la miro fijo. no puedo evitar el imán de su blusa abierta a la brisa leve y el pensamiento de lujuria que me embarga al verla.

miro la caja de cedro y me la imagino muerta, cubierta de gasa y lirios blancos. escucho el llanto de su madre, de sus hermanos. vamos todos detrás del ataúd, lentos, todos muy lentos y quejumbrosos. la plaza del pueblo, de su pueblo, estalla de sol y el calor es asfixiante. pero todos vestimos de lino negro y vamos detrás de ella, que ya empieza a apestar a muerta, a momia, a olvido. la señora de la casa le pregunta si quiere más café o té o manzanilla y ella asiente con la cabeza, distraída mirando al mar. no, no, aquí no hay mar, me digo y respiro hondo tratando de olerla desde mi butaca. en la alfombra detecto migas de pan, de los bocaditos de atún, y me la imagino acostada en la alfombra comiéndose las migas que caen de la punta de mi lengua, que le sabe salada. le digo que debe ser el salitre del mar. se ríe y me contesta que aquí no hay mar, que estamos en el desierto. abro los ojos, amplios y me la bebo toda diciéndole que donde esté ella siempre hay mar, mucho mar y salitre, y peces, arena y sol... y salitre. elevo mi zapato hasta casi alcanzar su rodilla y me la imagino detrás de una máquina de rayos x, sus huesos plateados brillando en la noche. me acerco a la pantalla y la palpo. con mi boca palpo su esqueleto de mujer infiel porque sin duda alguna me la imagino traicionera, adúltera y viajera.

oigo a un viejo carraspear y me distrae el sonido ronco de la flema en la garganta. ella baja los ojos cada vez que bebe de la taza de manzanilla o té o café, y se pierden unos minutos, rozando el inalcanzable podio del silencio total. otra vez me cambio de butaca y caigo a su lado, sólo el vacío físico de un cojín por medio. ella levanta los ojos de aceitunas para observar la sombra intrusa y tose. me la imagino tuberculosa en un hospital checo de paredes frías, escupiendo sangre. allí, en praga, pre-revolución de terciopelo, le sostengo las manos y le cuento historias de turcos y árabes. le encantan los exotismos orientales, los tules multicolores de las esclavas del harem, dice y se sonríe. después tose, tose y tose, tuberculosa al fin. le narro la de la princesa mudéjar encerrada en la giralda, violada por el sol y por la luna bajo la mirada fría del califa. hace un mohín de disgusto. le molesta el humo del tabaco del viejo sentado en la otra butaca, la de cuadros amarillos. entra la dueña del velorio, la dueña de la pena, y se apoya en la mesa para hablar con ella sobre la enfermedad de la tía, la que se prolongó hasta que la mató. ay qué pronto la muerte se la llevó, la vieja solloza angustiada. prepárate, que pronto te ha de tocar, le digo con los labios sellados, mirándolas hablar de la tía muerta. a veces ella gira la cabeza, otras la deja caer sobre un hombro. mira a la vieja con ojitos tristes y se pasa la mano por el muslo, como planchando el pantalón de lino.

tiene piernas de campesina, gruesos los tobillos y flojas las carnes, pienso. me rasco la nariz disimulando mi atención y me quedo con la mano ocultándome el rostro. sin ella verme me siento vulnerable, cercado. entablo una senil conversación con el viejo del tabaco sentado en la butaca de cuadros amarillos. el viejo piensa que la mujer se murió de nostalgia. la nostalgia es dañina, dice el viejo como si se tratara de carne de puerco. le respondo que la nostalgia es demasiado grasienta y me mira sorprendido. aprovecho su asombro para volverla a mirar, a ella, y choco con todo el aceite amarilloso de sus pupilas de olivo. me miran sin pestañear, sin indicios de vida. extiendo una mano y le digo que la muerta fue amiga de mi madre. era mi tía, lejana, dice ella y vuelve a cruzar las piernas. pantalones negros y blusa de seda blanca. sobria, muy sobria y mi embriaguez de lujuria aumenta. tan de cerca la huelo, la husmeo, la olfateo como perro de caza. a nueces y frutos secos, huele así. seguro vino empacada en un buque de la conquista. exquisita, como el cacao y el café. ahora es amarilla como el maíz. choclo, elote, mazorca, sus dientes sabrán a atole. sus zapatos son de charol. me arrebata el charol. su brillo falso es el catecismo católico de la clase media que me parió. allá entonces competíamos a escupir los zapatos de margarita para luego lamerlos bajo sus faldas durante la práctica del coro. era un placer erótico ponerse zapatos de charol ayer, hoy y siempre. por eso me acerqué más y le pregunté su nombre.

amamantes, escuché. la miré a punto de soltar la carcajada que pusiera broche de oro al velorio. amamantes, repetí en interrogante sin perder sus ojos. eso mismo, amada montes, dijo. ahora sí que me la imaginé desnuda, encuerísima en la arena de la playa rodeada de siniestras montañas que por tal nombre le pertenecían. amada por los montes, mamada por las rías gallegas, mojada por el cantábrico y el caribe en un encuentro casual, así era la playa de amada montes, que seguro tenía el pubis pálido, castaño claro. amada montes que se mecía en la arena de un lado a otro, abriendo y cerrando las piernas y creando angelitos de arena. con cada movimiento, amada montes dejaba ver sus labios vaginales, rosados y finos. amada montes, que era ya un everest después de un pico turquino incierto, suspiraba con voz tendida frente al mar. sí, había mar y era verde coral. un mar verde para ti, amada, un mar de lágrimas negras, de deseos violetas y lujurias añiles. un mar para ti, casi le dije allí, en el velorio.

no te parece cómico mi nombre, me preguntó muy seria cortando la cadena televisiva del show de amada montes que me asediaba. destornillante, le dije y se sonrió. se inclinó hacia mí con cara de cómplice. ssshh, no se lo digas a nadie. a quién si no a mi sombra que ha de perseguirte hasta que muera, le dije vocalizando el silencio, mirándole los delgados dedos. no hables de muertos aquí, susurró y volvió a sonreír. yo la seguí justo cuando se levantó de la arena y el sol la iluminó, todo el culo y la espalda bordados de gránulos de arena fina... amada montes ya quiere salir a estrenar su sombrerito de pluma... con piernas lentas fue entrando al mar de espuma, al mar verde coral añil donde yo la esperaba con peces vivos entre los dientes. ella se acercó y palpó mi vientre de huesos plateados bajo el agua. resplandecían los rayos y la arena del mar hecho desierto se arremolinaba entre mis dedos. el agua estaba fría porque estamos cerca de turquía, le dije, y ella cerró los ojos dejando caer la cabeza sobre un hombro. si estuviéramos cerca de turquía no crees que el agua estuviera más caliente, dijo sin interrogante. por aquello de baños turcos, añadió en un instante que pasó entre ola y ola. así es, le contesté, en turquía el agua nunca es fría. sonrió con los ojos entrecerrados mientras se abollaba en la superficie. abóllate, amada montes, abóllate entre la espuma... me sumergí y le atrapé un muslo bajo el agua. al besarlo era floja su carne, puro flan de leche. sus manos chapoteaban sobre mi cabeza y yo le besaba la unión de pierna y pelvis.

el hombre del tabaco me dirigió una mirada desafiante y me retó a explicarle aquello de la nostalgia grasienta. resbala y nunca nos deja estar bien en ningún lugar, le expliqué aún flotando con ella en mares turcos. por qué, insiste el hombre del tabaco. porque resbala, es como la grasa, dañina, insisto, resbala y no nos deja avanzar. de regreso al punto de partida, satisfecho con sí mismo el del tabaco fue a explicárselo a la dueña de la casa del velorio, a la propietaria de la pena. amada montes entonces se sobaba el muslo bajo el lino negro, como si sintiera la sal de mis besos marinos escocerle la piel. hubiera jurado que en mi boca sentía el vaho de su sexo serrano, que se introducía en mis encías como jarabe de tos. había algas y caracoles en el gelatinoso interior. sentí que me embargaba la nostalgia de nuevo y me sorprendí de no necesitar oxígeno. nostalgia suicida, pues, me dije. la enfoqué de nuevo. vislumbraba su ombligo lleno de astillas de madera, del buque pionero que la trajo a este continente lejano. con avidez le chupé el vientre y subí a la superficie. allí choqué con su mano, que descansaba en mi brazo, que reposaba sobre la butaca, al lado de ella. vamos a tomarnos un trago, decía la voz de amada montes. y... la pausa se enredó en mi lengua, entre las astillas afiladas de su ombligo... ¿en el último trago nos vamos?, pregunté indeciso. adonde quieras, contestó ella ausente, con la mirada fija en la puerta.

por la calle el silencio era inquieto, sonsoneante como una mosca. llovía, siempre llueve en esta maldita ciudad, dijo ella. caminaba unos pasos adelantada y sus nalgas se movían con desorden, sueltas bajo el lino negro. sentí que los peces morían uno a uno en mi boca por la falta de mar, por la falta de agallas. el interior de mi boca se aflojaba, saboreando la anticipación. ella no miraba hacia atrás. nunca lo hizo. yo la seguía manso y predije un gran desastre, pero mis oídos tupidos de arena no escucharon el grito aterrado que imploraba que me detuviera. al fin, al doblar una esquina, abrí los labios y escupí las espinas de los peces muertos que nadaban en mi saliva desde turquía. el aire fresco y la distancia del mortuorio me despejaron la vista. había colores reflejados en el pavimento mojado. había tránsito lento y silencioso. había seres humanos muriéndose de indigestión de nostalgia o de carne de puerco, resbalando constantemente sobre la misma mancha de grasa que no los deja avanzar. pero este imbécil mamarracho sólo veía el movimiento rítmico de nalga y nalga, los cabellos y las manos afiladas de amada montes. la gran conquista de picos, montículos y montañas. aconcaguas, himalayas, pirineos, kilimanjaros, todos juntos, desde ese momento, empezaron a ser un constante recordatorio de la incipiente pesadilla.

parte 1 del cuento 1er feto, publicado en contratiempo, no. 13, 2004, págs. 14-15.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonito. Ojala todos los hombres tuvieran un apice de tu mente con mucha imaginacion. Es muy visual tu cuento como para un corto y muy comico. Gracias. jajajaja el charol es elegante, es verdad. Los ninos clasicos usan charol todavia para ir a la escuela, yo conozco a uno que se llama POPs que es dark chocolate y muy classic elegant. Ciao

Anónimo dijo...

Quiero seguir leyendo, tanto que no se si ponerme en los zapatos de Montes y de el. Anamaria

Anónimo dijo...

Felicidades y gracias om por esta pieza, por esta delicia turca. Saludos.

MI

sonora y matancera dijo...

es un cuento largo y saltimbanqui, entra y sale de todas partes y hacia todas partes va... lo sé, como que estos excesos en los blogs no cuajan, por eso les agradezco a los comentaristas, y a tmb, el esfuerzo de publicar, leer y comentar.
saludos,
omu

JR dijo...

Que bien trabajado está el texto, om. Se nota la orfebrería sobre el arranque literario. Deleitable.

Alfredo Triff dijo...

vas bien o.m.u.

RI dijo...

Qué rica abolladura, qué cráneo oloroso, qué blandenguerismo de carnes, qué manera de darle cable a la imaginación y al deseo, qué aterrizar en los celos -esa enfermedad. Lo he disfrutado tanto umo.

A.B dijo...

Magistral, tesoro de piratas que guardan los vocablos en una isla desierta, mortuorio, oloroso, familiar...

Yo me identifico con esta escritura

Un abrazo

Amílcar Barca

Anónimo dijo...

tremendo viaje de quinta dimension...para esto no hay espejulitos. que tremendo escritor. que filo, que suave. que horror mas bello y mas bien contado. tremenda peliculita.

Vecino Alegre dijo...

Maquinaria pesada la mente sexual de Om, una delicia su conexión con lengua y dedos. Morbo cortante, veloz, apretador de la teta del deseo reprimido propio y ajeno. Lo más parecido: Un calentador solar que mojara las sábanas de la escritura.
En todo lo que alcanzo a leer de ella me tropiezo con el mismo recuerdo: La chingada y la chingada muerte viven demasiado cerca.