lunes, 28 de diciembre de 2009

Ostia de jazz


Eliseo Cardona

Siempre llego tarde a los revuelos noticiosos en torno al jazz. En parte porque me interesan poco. Pero sólo un poco. La noticia, como ya se sabe la dio el redactor Chema G. Martínez, del diario español «El País». La resumo para los que, como yo, llegan con cierto retraso. Un fulano, Rafael Gilbert, acude el 11 de diciembre a la quinta edición del Festival de Jazz de Sigüenza para escuchar al saxofonista neoyorquino Larry Ochs y su grupo. Unos minutos después de iniciado el concierto, Gilbert se levanta de su asiento y se va a pedir el dinero a la boletería con el pretexto de que lo que Ochs está tocando no es jazz sino "música contemporánea". Los organizadores le explican que no pueden devolverle la plata. Gilbert acude entonces a la Guardia Civil de la zona, que manda oficiales al lugar para examinar el reclamo del fulano, cuyo médico le ha recetado no escuchar música que altere su estado de salud. ¿La conclusión de los guardias civiles? Pues que la música de Ochs, en efecto, no es jazz.

Giles Tremlett, del diario londinense «The Guardian», reproduce la noticia, que ya se ha convertido en comidilla de algunos blogs y anécdota divertida entre algunos músicos. Esta semana, un ayudante de Wynton Marsalis se comunicó con Tremlett para que ayudara al trompetista y empresario a ponerse en contacto con el fulano español, al que quiere felicitar por su denuncia y ofrecer su discografía completa. Leo detalles del incidente porque mi amigo y aficionado al jazz Héctor Darío Nicodemo me envía abundante información, acompañada de paso por un deseo suyo, creo, de que esto sirva para sanear la escena jazzística en su República Dominicana. Hace bien. Pero a mí, no sé porqué, se me antoja que la noticia es menos de lo que vociferan los periodistas y más de lo que los aficionados son capaces de discutir. Es decir, se trata de otra paja mental que muy pocos aprovechan para convertir en un debate serio sobre esta música que ha echado raíces en muchas partes del mundo.

Porque es cierto que el debate sobre qué es jazz o no tiene tanta antigüedad como la música misma. Es sólo que ahora los músicos y los periodistas (y también los blogueros) han aprendido a no entrar realmente en debate porque hay algo que los paraliza: el ruido mediático. No es broma. Nadie pasa más allá de creer lo que se diga cuando se dice; y más si lo que se dice lo dice mucha gente. Eso es lo que ha pasado con la noticia de Ochs, que como todo "hype" se convierte en una pompa de jabón. La publicidad como opio de nuestra imbecilidad. Como tantas figuras de la farándula cultural (¿y usted pensaba que no existía esa fauna?), Wynton Marsalis ha utilizado los medios de comunicación como palancas de una maquinaria publicitaria. Que como se sabe, lo es todo hoy en el mundo de la música. A más publicidad, mejor. Eso es bueno porque el jazzista más exitoso de su generación ha creado una industria en torno a su arte y al arte del jazz de la que vive y viven muchos. Y es bueno además porque el jazz, frente a otras expresiones musicales, tiene mayor peso cultural y una riqueza histórica (ya no digamos una complejidad técnica y estética). No hay que decir que Marsalis dotó a esta música de un carácter institucional y pedagógico sin precentes en este país, con el consabido respeto de quienes meten la mano en los bolsillos para contribuir con buena plata a la cultura oficial.

Esto último es a la vez bueno y malo. Pero no es este el momento de discutir ese tema. Lo que vale discutir es que, con sus honrosas excepciones (pienso en los maestros Whitney Balliet, Nat Hentoff, Gary Giddins, Brian Morton o Richard Cook, entre los más juiciosos) muy pocos se han aventurado a enriquecer una definición universal del jazz. Digo enriquecer una definición universal y no una definición personal porque esta última es como un culo: cada uno tiene el suyo. Y digo enriquecer porque al hacerlo se debe necesariamente descartar los prejuicios que EXCLUYEN para asumir el análisis que INCLUYE. Esto es evidente sobre todo en la obra de pensadores como Albert Murray o Ralph Ellison que, desde posiciones diferentes (aunque no necesariamente contrarias) asumieron que el jazz (pese a la encorseta definición de música improvisada desde el blues y el swing) pertenece a un canon universal. Es así como Ellington, Mingus o Monk hablan de tú con Bach, Mozart o Beethoven.

Tanto Marsalis, como su vocero más intelectual, el admirable crítico Stanley Crouch, asumen el peligroso ejercicio de incluir excluyendo. Uno lee «Considering Genius», sin duda un libro extraordinario de Crouch, y termina pensando que el hombre es profundamente inteligente, imaginativo y creativo, pero también que es un comermierda que peca de eso que aflige a quienes, siendo lógicos y sensatos, prefieren razonar a la cañona. Es decir, porque lo digo yo. Porque si por Crouch y Marsalis fuesen, lo de Ornette Coleman sería todo, menos jazz. Claro que como Ornette ha ganado en estatura mediática (prestigio artístico siempre le sobró), nadie de la élite agrupada en torno al Lincoln Center es capaz de ningunearlo. Pero el punto aquí es que quienes pueden hacer análisis serios contrabandean definiciones que, como todo culo, siempre queda con cierto olorcillo — por mucho que se le lave. Ya es un cliché una hermosa metáfora que Marsalis suele utilizar para explicar el rol del improvisador en el jazz. «El improvisador», dice el trompetista, «debe ser capaz de imponer su estilo e ideas, a la vez que mantiene la armonía del colectivo, representación de esa sociedad pluralista que es la democracia». Entonces, ¿por qué la música de Larry Ochs no es jazz? ¿Porque lo dice Marsalis? ¿Porque lo dice un fulano que reclama su dinero por no informarse antes sobre lo que va a consumir?

La historia del «purista de jazz de Sigüenza» en realidad no es tanto un sainete español como una anécdota banal. (Ambas cosas serían del deleite de mi querido Ramón del Valle Inclán.) El sainete lo protagonizan quienes consumen la noticia tal cual, tragada sin masticar. Yo, desde luego, no soy quién para decirle a Gilbert que se deje de pendejadas y abra bien los oídos. Tampoco voy a decirle que mande a la mierda Marsalis con su ofrecimiento. Pero, claro, si Ochs estuvo a punto de afectar la salud del fulano, vale advertirle que escuchar todo Marsalis lo matará de aburrmiento.

El DeLiTO y eL dELincuENtE

6 comentarios:

JR dijo...

El free jazz es un desquite contra la rigidez. Una manera de advertir que el jazz sin innovación puede ser un género con finitud. Y sucede que hay casos en que un virtuoso carente de inventiva puede convertirse en un retrógrado.

Anónimo dijo...

belloooo, que triunfe el bien sobre el mal!!!!!!!

Ojo pinta dijo...

Como siempre, Cardona en la clave.

alinabrouwer dijo...

te asombra amigo eliseo? :)
un saludo,
alna.

Anónimo dijo...

http://latigocubano.blogspot.com/2009/12/la-frustracion-de-los-frustrados.html

La firma es parte de la libertad. Y la libertad es un bien muy diferente a una "Cuba inglesa".

Anónimo dijo...

BRAVO PONG!
Piet Hein